Ayer, mientras esperaba mi turno para pagar la cuota en el club deportivo al que asisto, no pude dejar de escuchar la conversación que se llevaba a cabo entre dos mujeres que estaban enfrente de mí.
Tendrían alrededor de 35-40 años. Una de ellas traía un traje sastre, un portafolios y junto a ella estaba una nana con un bebé de unos seis meses en los brazos. La otra, en pants, traía una raqueta de padel y junto a ella estaba una nana con una niña como de tres años, agarrada de su pierna.
– Ahora sí hace mucho que no te veía… ¿cómo has estado?
– Uf… corriendo como loca. Ya te había platicado que estoy trabajando en un despacho de abogados y fíjate… me acaban de dar el puesto del que era mi jefe, estoy bien contenta, pero agotada
– Eres una picuda… ¿cómo le haces con tus hijos?
– Bueno… tengo una nana muy buena y llego tarde a la casa, pero ya ves que dicen que es mejor darles calidad que cantidad de tiempo. Y, cuando llego, estoy con ellos de verdad.
– Sí… yo me muero de ganas de ponerme a trabajar, pero por el momento estoy dedicada de tiempo completo a mis hijos… tal vez cuando crezcan.
Una conversación simplona, que se puede escuchar todos los días en cualquier lugar, pero que deja entrever que gran parte de las mujeres de hoy, no se sienten plenamente satisfechas con lo que hacen, independientemente de si trabajan o no, fuera del hogar.
Las mujeres que trabajan.
La mujer que trabaja fuera del hogar, da siempre la imagen de estar autorrealizada, muestra un orgullo y agobio permanentes, para que los demás vean que está logrando exitosamente ser mamá, esposa y profesionista, eso que el mundo dice que es algo imposible de lograr.
Cuando se encuentra con una mujer que no trabaja, simula envidiarla, con expresiones como: “qué rico, con razón tienes tu casa tan linda”, pero internamente la critica: “se levanta a las 10 a.m.… es una floja”.
Vive en un estrés continuo, para demostrar al mundo entero que ella no descuida nada, que es perfecta en todo, que es la mismísima mujer maravilla. Sin embargo, en el fondo de su corazón, se siente culpable de no estar con sus hijos lo suficiente, una culpabilidad que le reclama el estar “auto-realizándose” a costa de su familia.
Por supuesto, ante los demás, se escuda y se justifica, con la falacia de “es mejor darles calidad que cantidad”, aunque se da cuenta a leguas, de que eso no es cierto.
Las mujeres que no trabajan.
La mujer que no trabaja, desearía estar trabajando, pues teniendo una profesión universitaria, se aburre terriblemente jugando padel tenis, haciendo flores de migajón y yendo al supermercado, pero finge estar feliz, pues ha oído que las mujeres “buenas” son las que se dedican exclusivamente al hogar y a los hijos.
Oculta un sentimiento interno de frustración, por no estar auto-realizándose, por culpa de sus hijos.
Cuando se encuentra con una mujer que trabaja, la alaba con expresiones como “estás picudísima”, pero en el fondo la critica pensando “tiene a sus hijos abandonados con el chofer y la nana”.
Lo peor, es que sabe muy bien que ella, aunque dice que se dedica de tiempo completo a los hijos, también los deja (y tal vez más que la otra), para ir a sus clases de costura, repostería, pintura, literatura y arte contemporáneo, a la peluquería, al café con las amigas, al banco, al supermercado y a todos esos lugares a los que tienen que ir las amas de casa.
Los culpables de esta insatisfacción… por supuesto, los hombres.
Los hombres son los culpables de que hoy por hoy, la mujer tenga que enfrentarse a un dilema que no debiera existir; "¿trabajar o no trabajar?", pues, por protegernos y darnos gusto, han querido tratarnos como hombres , sin darse cuenta de que nosotros funcionamos diferente que ellos, simplemente porque no somos hombres.
Si analizamos un poco las características del hombre y la mujer, inmediatamente descubriremos que el hombre, aunque tenga varios roles en su vida, es un personaje uni-canal, que cuando está trabajando, está totalmente concentrado en el trabajo y se olvida de que es esposo y padre. Cuando representa el rol de esposo, no piensa en su trabajo, ni de chiste. Su cerebro está programado para pensar en una sola cosa a la vez.
Las mujeres, en cambio, podemos estar en cinco cosas al mismo tiempo. Podemos perfectamente estar atendiendo una llamada de negocios, cambiando un pañal, mientras revisamos la tarea de otro de los niños y le entregamos a la cocinera una nota con el menú del día siguiente. No es nada del otro mundo, porque Dios dotó a las mujeres de un cerebro "multi-canal”, que nos hace capaces de ejercer varios roles al mismo tiempo, sin que uno u otro se vea deteriorado.
¿Cuando surgió el dilema?
Hasta antes del siglo XIX, el trabajo era una parte integral de la vida de la mujer, quien representaba sus roles de esposa, madre, ama de casa y trabajadora, de una manera natural. Nadie se escandalizaba de saber que la esposa salía de la casa para atender a algún enfermo, el puesto en el mercado, el trabajo en la agricultura o en la granja. La mujer siempre había trabajado como mujer (no como hombre) y eso era lo natural. En su casa, sólo se quedaban las mujeres enfermas o minusválidas.
En el siglo XIX, con la Revolución industrial, los hombres vieron que el trabajo en las fábricas era demasiado rudo para la mujer (lo cual era cierto) y, queriendo protegerla y proteger a su familia del abandono materno, la excluyeron por completo de la opción de compartir su riqueza con el mundo. El hombre se dedicaría a la empresa y la mujer al hogar, poniendo a la mujer en un dilema al que nunca antes se había enfrentado: Maternidad, sí - Trabajo, no. Esto significó una pérdida importante en la identidad intrínseca de la mujer, quien se sabe llamada a darse, no sólo a su marido y a sus hijos, sino también a la sociedad.
La mujer del s XIX, como la de hoy, estaba convencida de que tenía capacidad para atender hijos, marido, casa y de que aún le sobraba tiempo y capacidad de amar a los demás. Su naturaleza, llamada a la entrega, se sintió aprisionada en un espacio que le quedó chico para su capacidad y, con toda razón, se rebeló.
Fue entonces cuando la mujer, representada por el movimiento que iniciaron las ideas de Simone de Beauvoir, pidió el derecho de volver a trabajar, porque se sentía insatisfecha solamente con el trabajo de la casa, pero… aquí estuvo el gran error… el movimiento feminista, en lugar de pedir sus derechos de mujer, como mujer, pidió que la devolvieran al mundo laboral con condiciones iguales al varón.
Al ser aceptada su propuesta, se metió en mil problemas, pues la mujer nunca podrá trabajar como un hombre. La mujer debe trabajar como mujer y el hombre como hombre. Es cierto que la mujer es capaz de cubrir las responsabilidades de cualquier puesto de trabajo, y las puede cumplir tal vez mejor que cualquier hombre, pues por su misma naturaleza llamada a la entrega incondicional, involucra toda su persona en lo que realiza, se apasiona fácilmente y tiene una fuerza impresionante para vencer los obstáculos. Pero, para hacerlo bien, lo tendrá que hacer en su estilo femenino, de una manera integral, sin olvidar ni abandonar en ningún momento, su condición de ser esposa, madre y ama de casa.
Al exigir condiciones iguales al hombre, la mujer se vio enredada en unas reglas del juego imposibles de cumplir sin descuidar sus otros roles : horarios fijos de trabajo, jornadas extensas, competencia dentro de la empresa. Con estas condiciones, iguales a las del varón, incompatibles con sus roles de esposa y madre, la mujer se enfrentó al dilema contrario: Trabajo sí, maternidad no. En lugar de luchar por su derecho a darse, a entregarse a los demás, a enriquecer y ayudar al mundo, que es la inquietud del corazón de la mujer, el movimiento feminista distorsionó el mensaje y exigió para la mujer cosas totalmente contrarias al amor, cosas nacidas del egoísmo: el derecho a desarrollar-se, superar-se, enriquecer-se, auto-realizar-se.
Con esto, la mujer perdió su identidad como mujer. El corazón de la mujer se deterioró cambiando el amor y el deseo de darse, por el egoísmo y el deseo de auto-realizarse. Como consecuencia directa, la familia se empezó a deteriorar, por tener en su seno mujeres francamente deterioradas… mujeres que empezaron a ver a los hijos como "enemigos" u "obstáculos" de su auto-realización y que empezaron, por lo mismo, a tener menos hijos, más tiempo para sí mismas y por ende, más egoísmo, del cual ahora son víctimas los esposos, los hijos y la sociedad.
¿Qué podemos hacer para encontrar la verdadera realización?
El secreto está en regresar a lo propio de la mujer, que es la entrega de sí misma. Sólo entregándose totalmente, es como la mujer se puede sentir auténticamente realizada.
Hoy más que nunca, el mundo necesita de la mujer. La mujer no puede, ni debe, desperdiciar los dones que ha recibido, aún cuando haya decidido no trabajar para una empresa de manera formal. Es injusto, no sólo para ella, sino para la sociedad completa, que una mujer que ha estudiado, que tiene una carrera profesional, que sabe varios idiomas, que tiene un corazón enorme para entregarlo a los demás, se quede con esos dones escondidos, guardados e inutilizados, llenando su tiempo libre en los gimnasios, los cafecitos, los centros comerciales y los salones de belleza.
La mujer plenamente realizada, no es aquélla que obtiene grandes éxitos profesionales a costa del descuido de su familia, ni tampoco aquélla que se queda en casa de una manera egoísta, cómoda e insatisfecha, sino la que ama y se siente amada, la que se entrega de manera plena, a su marido, a sus hijos y a la sociedad.
Así como comer, dormir, bañarse y cocinar, jugar tenis e ir a visitar a la amiga, son compatibles con la maternidad y la correcta educación de los hijos, también es compatible trabajar. Nunca debió de hacerse esa separación, pues el trabajo no es un derecho de la mujer, sino una responsabilidad natural para con el mundo entero.
El secreto está en hacerlo por amor y no por egoísmo, por compartir lo mucho que he recibido con el mundo y no por querer ocupar un lugar exitoso. Los hijos se darán perfecta cuenta de las intenciones de su mamá. Así como aborrecerán a una madre egoísta que los abandona sólo por buscar su propia satisfacción. La admirarán en cambio, si saben que los deja un rato por ir a hacer el bien en un mundo urgido de su sabiduría, ternura y cariño.